La Historia y los Cambios.

   Este verano, entre otros libros, tuve el acierto de leer “Las consecuencias económicas de la Paz”, de Keynes. Escrito en 1919, en él destripa con crudeza las posiciones en Versalles de las potencias ganadoras tras la Gran Guerra. Y lo hacía con conocimiento de causa, porque estuvo allí hasta que no aguantó más con la visión nacionalista de Estados Unidos y especialmente Francia y Reino Unido.
    Keynes visualizó y denunció la cortedad de miras, económicas y sociales, que querían imponer a Alemania y sus satélites, las potencias ganadoras. Profetizó y denunció antes que nadie el desastre a largo plazo que tendría un deliberado empobrecimiento de la Europa Central. Este es un párrafo mítico:
Si lo que nos proponemos es que, por lo menos durante una generación, Alemania no pueda adquirir siquiera una mediana prosperidad; si creemos que todos nuestros recientes aliados son ángeles puros y todos nuestros recientes enemigos, alemanes, austríacos, húngaros y los demás son hijos de del demonio; si deseamos que, año tras año, Alemania sea empobrecida y sus hijos se mueran de hambre y enfermen, y que esté rodeada de enemigos, entonces rechacemos todas las proposiciones generosas, y particularmente las que puedan ayudar a Alemania a recuperar una parte de su antigua prosperidad material. (...). Si tal modo de estimar a las naciones y las relaciones de unas con otras fuera adoptado por las democracias de la Europa occidental, entonces, ¡que el Cielo nos salve a todos¡ Si nosotros aspiramos deliberadamente al empobrecimiento de la Europa central, la venganza, no dudo en predecirlo, no tardará.”
   Keynes, desgraciadamente, acertó de pleno.  Y hoy, puede que esté ocurriendo lo mismo, pero con distintos actores: ganadores los del Norte y perdedores los del Sur de Europa.
   Además de esta certeza, una de las reflexiones a las que me ha llevado este libro es la de por qué en sociedades democráticas avanzadas como la norteamericana, la británica y la francesa, con Presidentes tan potentes como Wilson, George o Clemenceau, no tuvieran en cuenta recomendaciones tan lúcidas y autorizadas como la de Keynes.
   La conclusión que saco es que, tras  unos años tan duros, humanos, sociales y también económicos, la democracia quedó tocada. Wilson quiso pero los suyos no le dejaron, George solo veía las posibilidades electorales del momento y los números del Imperio, Clemenceau también mezclaba odio alemán con la grandeur francesa y sus problemas internos. Significativa es la frase del francés “Gobernar dentro de un régimen democrático sería mucho más fácil si no hubiera que ganar constantemente elecciones.  
   De los 3, el que más lo intentó, el que más visión de largo plazo quiso tener fue el norteamericano, Wilson. Pero al final, entre los intereses económicos de su país, y la fuerza y carácter del británico George y del francés Clemenceau, el resultado del Tratado de Versalles fue el que fue: la antesala de Hitler y los fascismos.
   Buena y para tener en cuenta la frase de Clemenceau. Pero, aunque resultara “perdedor” sobre sus postulados previos, quiero aprender sobre todo de Wilson, por sus mayores cotas éticas. Y también de una de sus frases lapidarias: “Si usted desea hacer enemigos, intente cambiar algo”.
   Si hoy estamos en una encrucijada parecida a la de entonces, si hoy sabemos lo que dijo y en lo que acertó Keynes, si quizás tenga razón en su frase Clemenceau, y si el perdedor de Versalles fue el voluntarioso Wilson por no ser firme en sus propuestas de cambios, creo que la mejor lección que nos da la Historia para afrontar el momento actual, durísimo políticamente hablando, es 
   - leer e inspirarse en análisis y personas lúcidas y a contracorriente como Keynes, 
   - tener muy en cuenta, quien se considere firme defensor de la democracia, la segunda parte      del mensaje de Clemenceau, 
   - y hacer los cambios deseados, por muy duros y por muchos enemigos que te salgan por el      camino.  

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